MIL PÁJAROS

Esa especie de inercia que nos envuelve a veces quizá no sea más que un mecanismo creado por nuestra condición para la sobrevivencia.

Un estado semi-inconsciente, que circunda nuestros sueños a fin de amortiguar una naturaleza de alerta-resorte para evitar caer peligrosamente en otras circunstancias. Un duermevela acomodado al momento que atesoramos, como esos niños que no quieren o no quisieran despertar a la realidad.

Días como noches y viceversa, en las que todo se confunde o queda demasiado nítido, tanto, que nos negamos a tomar conciencia. Mil caminos andados y otros tantos desandados, a la deriva, sin rumbo, sin brújula que nos oriente…y en medio…la nada. Vacío sobre deshabitado…difíciles binomios para quien no aprendió a manejar las ciencias, y, las letras le pueden, en un mar de conjugaciones imposibles.

Somos una pizca impalpable en un universo que no nos ve, irradiamos una luz invisible y opaca, soñamos…soñamos con ser descubiertos, con alcanzar la luz de una nueva galaxia, habitable, confortable, que nos envuelva y nos haga tomar conciencia de ser.







Desaprender: ese sería el camino idóneo. Desaprender todo lo erróneamente aprendido, aquello que en su día —pobres inconscientes— asimilamos sin tener en cuenta que, el peor de los males, son esas lecciones que a la postre se instalan para dejarnos inmersos en una tormenta que no sabemos gestionar.  



                          
       


«Aves de paso,

como pañuelos cura-fracasos

A las flores de un día

que no duraban,

que no dolían,

que te besaban,

que se perdían».

—Sabina—


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